La falta de inversión en infraestructuras se acaba pagando cara

Muchas veces no nos damos cuenta de que no hemos invertido lo suficiente en la renovación de infraestructuras obsoletas, hasta que ocurre algún desastre. Los vecinos de la torre Grenfell de Londres se preguntan ahora si el revestimiento usado para mitigar de una forma económica el impacto medioambiental de los sistemas de refrigeración y calefacción fue la causa de la rápida propagación del incendio. Ahora es cuando surgen interrogantes en torno a si se debería haber instalado un sistema de rociadores, una medida que ya es obligatoria en torres de nueva construcción de altura similar. Y también se cuestiona la disponibilidad de los equipos antiincendios en las zonas comunes del edificio.

Solo cuando se produce un siniestro somos conscientes de la importancia de invertir en infraestructuras.  Veamos unos cálculos sobre la torre Grenfell. Instalar un sistema de rociadores en un edificio alto tiene un costo de unas 3000 libras por planta, según varios estudios del sector realizados a partir de instalaciones recientes. Para las administraciones locales, el costo por familia que representa esta inversión es muy elevado.  Pero si se produce un siniestro, los costos son enormes. Aparte de las vidas humanas, hay que hacer frente a varios costos directos: servicios de emergencias, bienes donados, investigación pública, demolición o reconstrucción del edificio, realojamiento de las familias o sustitución de las propiedades perdidas, funerales y desplazamientos, y la partida presupuestaria destinada a emergencias del gobierno del Reino Unido, que asciende a 5 millones de libras. Solo con esta partida ya se habrían podido costear los rociadores de 14 bloques del tamaño de la torre Grenfell. Visto a posteriori, parece obvio que este dinero habría sido bien invertido, con independencia de si el revestimiento era o no el adecuado.

No solo pasa con los incendios. A veces tiene que producirse un corte importante en el suministro de agua potable, que afecte a un gran núcleo urbano durante un periodo prolongado de tiempo, para replantearnos la estrategia imperante sobre infraestructuras hidráulicas.

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Cuando se trata del agua, todos somos responsables. Nadie quiere pagar más por el agua (en ciertas partes del mundo, ni siquiera empezar a pagar). Los políticos electos no se atreven a poner sobre la mesa este tipo de iniciativas porque, cuando toman decisiones que a la larga benefician a la mayoría pero que tienen costes negativos a corto plazo, normalmente son castigados en las urnas. Solo hace falta ver lo que ha pasado con el sistema sanitario de los Estados Unidos, o la decisión del partido Liberal Demócrata del Reino Unido de formar una coalición con los conservadores en un contexto de crisis económica.

La infraestructura hidráulica tiene muchos años y se está quedando anticuada. El porcentaje de tuberías que se sustituyen anualmente en todo el mundo no alcanza ni el 1 %. En algunos casos, hay tuberías que llevan instaladas un siglo entero.

La factura del agua no suele reflejar el costo real del agua, ya sea porque la administración lo subsidia directamente, o porque la creación y mantenimiento de la infraestructura hidráulica va a cargo de los presupuestos generales.

El profesor Mike Young, especialista en la reforma de políticas hidráulicas y titular de la cátedra de investigación de Política Hidráulica y Medioambiental de la Universidad de Adelaida (Australia), publicó un artículo en news.com.au sobre la crisis de abastecimiento de agua que se avecina. Según Young, los derechos sobre el agua deberían verse como una repartición del acceso al agua disponible, disociándolos de los títulos de propiedad territorial. Una excelente idea, pero que no será fácil de implementar a corto plazo.

Y tampoco parece probable que aumenten las inversiones en infraestructuras hasta que sea demasiado tarde.

Mientras tanto, existen las soluciones de redes inteligentes como las que ofrece i2O. Estas soluciones sacan el máximo partido a las infraestructuras existentes y retrasan la fecha de un eventual siniestro. Es como usar una regadera pudiendo usar un aspersor, pero es mucho mejor que quedarse de brazos cruzados.